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La batalla por las vacunas en África
En la lucha mundial contra el coronavirus, está por ver que la comunidad internacional sea capaz de mirar por el bien común y busque la equidad para el tratamiento e inmunización de la población mundial contra el COVID-19.
De momento, todo parece indicar que estamos ante el riesgo de que todo el esfuerzo de Europa, Estados Unidos y otras regiones desarrolladas se limite en ellos mismos.
Así, en mayo 2020 se aprobaba el uso del fármaco Remdesivir de la farmacéutica Gilead Science en EEUU para pacientes con coronavirus, y en julio anunciaban que dicho país compraba casi toda la existencia mundial del fármaco hasta septiembre (compraba el equivalente al 100% de la producción de julio, 90% de la producción en agosto y 90% de la producción en septiembre). El acuerdo suscitó críticas por el acaparamiento del medicamento por un solo país que, además, cuenta con la mayor capacidad económica del planeta (1, 2, 3, 4).
Además, con el coronavirus afectando en gran medida a los países desarrollados, hemos visto cómo se ha logrado una vacuna (o varias -la de Moderna con los Institutos Nacionales de Salud de EEUU, la de Pfizer con BioNTech, la de Astrazeneca con Oxford, entre las principales-) en el tiempo record de 1 año, lo cual demuestra que, cuando interesa -porque nos afecta directamente- y cuando se ponen los medios (financieros, políticos y científicos), los avances pueden producirse muy rápidamente.
Desde la OMS indican que se necesita entre un 60% y un 70% de la población inmunizada para romper la cadena de transmisión. Para garantizar el acceso de forma equitativa a la vacuna en todo el planeta, de manera que los países sin recursos las reciban en igual cantidad y al mismo tiempo que los prósperos, se creó en abril de 2020 el Covax, una plataforma de países ricos y pobres para aunar esfuerzos en la investigación, negociación de los precios y distribución. El objetivo de esta alianza es proveer a los 187 socios con 2.000 millones de vacunas en 2021, también a los 92 de renta baja y media que no se pueden permitir adquirirlas5. Todos los países africanos se han adherido a Covax (6).
El fondo del Mercado Anticipado Covax (AMC) se nutre de la ayuda oficial al desarrollo de los donantes, así como contribuciones del sector privado y la filantropía para garantizar precios muy asequibles a las economías más precarias. Esta hucha ya cuenta con más de 2.000 millones de dólares. Harán falta otros 5.000 millones para garantizar dosis a los menos adelantados (5).
Pero parece que todo eso no es suficiente o que supone una cortina de humo. Porque disponer de los fondos no es lo único que garantiza adquirir las vacunas para todos. Llega la hora de la distribución de las vacunas. Y vemos que países que suponen el 14% de la población mundial ya disponen del 54% de las dosis previstas para los próximos meses. La capacidad actual de producción de vacunas es limitada y ya se sabe que no se va a poder cubrir la demanda global en los próximos dos años. Esto significa que la mayoría de la población de los países más pobres se quedará sin vacunas (7).
Como solución, India y Sudáfrica han impulsado una propuesta en la Organización Mundial del Comercio (OMC) para que se suspendan los derechos de propiedad intelectual sobre cualquier tecnología, medicamento o vacuna contra la covid mientras dure la pandemia. Creen que si las compañías compartieran las patentes, se podrían localizar industrias fabricantes de vacunas por todo el planeta, también los países de renta media, de manera que se podría aumentar el alcance de la producción y distribución de vacunas. Hay una mayoría de países que apoyan esta medida: los que tienen rentas más bajas, los que no tienen capacidad para comprar vacunas. En contra de esta propuesta están los de rentas más altas como Estados Unidos, Japón o la Unión Europea (7).
En el caso de las patentes, las farmacéuticas y otras empresas tienen un derecho exclusivo de utilizar y explotar la invención, en este caso el medicamento o vacuna, durante 20 años desde su concesión. Pero hay precedentes de medidas excepcionales. Así, en 2001, la Declaración de Doha reconoció el derecho de los Gobiernos a tomar todas las medidas necesarias para eliminar las patentes y otras barreras de propiedad intelectual para priorizar la salud pública frente a los intereses comerciales. Se adoptó para responder a la epidemia de VIH-sida que mataba a miles de pacientes en los países en desarrollo porque no se podían permitir adquirir antirretrovirales. Especialmente, en Sudáfrica, que ahora promueve otra revolución en el sistema. Tras aquel acuerdo, los precios del tratamiento cayeron de 1.000 dólares a 100 en unos años, según responsables de MSF España (8).
Según los análisis de la alianza The People Vaccine’s- que apoya la propuesta de India y Sudáfrica y recoge a organizaciones internacionales como Oxfam o Amnistía Internacional, o nacionales como Salud Por Derecho-, nueve de cada diez personas de al menos 70 países pobres no podrán vacunarse durante 2021. A su vez, los países ricos han acumulado dosis suficientes como para vacunar a su población casi tres veces. Canadá es el país que encabeza la lista de acaparamiento de dosis teniendo vacunas suficientes como para vacunar a cada canadiense 5 o incluso 6 veces (7).
España está entre los países que se oponen a la medida propuesta por India y Sudáfrica. Desde el Ministerio de Industria y Comercio español argumentan que “los derechos de propiedad intelectual ni deben suspenderse, ni es necesario hacerlo, ya que el Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio en su artículo 31 ya ofrece suficiente flexibilidad, mediante el establecimiento de un sistema de licencias obligatorias especiales, para poder hacer frente al suministro y distribución de medicamentos y productos sanitarios durante la pandemia de la covid-19”. Y que “no hay ninguna prueba de que los derechos de propiedad intelectual sean una verdadera barrera en relación con los medicamentos y tecnologías relacionados con la covid-19″ (8). Una muestra de la actitud de las naciones del norte.
África, con 3’1 millones de casos de covid, representa “solo” el 3,2% de los contagios mundiales y la mortalidad aquí ha sido menor que en otros continentes, pero la segunda ola está golpeando con fuerza. Este mes de enero se han superado, por primera vez, los 35.000 casos diarios en el continente6.
Además, hay cuestiones que van a dificultar la vacunación en África, como la falta de recursos financieros de los Gobiernos, la aceptación de la vacuna por parte de la población, y la falta de recursos e infraestructura para una logística que va a necesitar de una cadena de frío. Pero está claro que la firma de acuerdos bilaterales entre los países más ricos del mundo y las empresas fabricantes de vacunas para hacerse con dosis más que suficientes para su población suponen uno de los primeros obstáculos a resolver. Mientras que, a fechas de enero 2021, la vacunación ya ha arrancado en 42 países del mundo (36 ricos y 6 de nivel medio-alto), Naciones Unidas calcula que apenas el 3% de los africanos estará vacunado en marzo y tan solo un 20% a finales de año (2021), lo cual no es suficiente para alcanzar la inmunidad de grupo (6).
Entre los países que han tomado más delantera en África para buscar las vacunas necesarias se encuentran Marruecos y Egipto, dos de los más afectados por la pandemia en el continente, que han negociado con una farmacéutica china. Por su parte, Sudáfrica, la nación con más casos y fallecidos, ha abierto conversaciones con varias empresas y planea producir algunas vacunas en su territorio, al igual que Nigeria. Será precisamente en estos países y Kenia donde la vacunación comenzará antes gracias a su participación en diferentes ensayos (6).
Cabe recordar que hay muchas razones por las que las vacunas tienen que ser equitativas; algunas son éticas y otras por propio interés. El mundo no puede volver por completo a la “normalidad”, con la reanudación de los viajes y el comercio, hasta que termine la fase aguda de esta pandemia. La distribución justa y equitativa de las vacunas no parece prioritaria, y si es el egoísmo lo que nos mueve, aunque sea por nuestro propio interés debemos asegurar que las vacunas llegan a todos los lugares, a todas las personas, para poder romper la cadena de transmisión global. Eso sí, mientras tanto, no podemos dejar de a un lado una seria reflexión por nuestras dificultades estructurales por responder con humanismo, solidaridad y ética a los retos globales a los que nos enfrentamos, en esta caso la pandemia originada por el COVID. ¿Cuándo estaremos a la altura? ¿En un estado más avanzado de desarrollo ético de las mal llamadas “naciones desarrolladas”?
Grupo ProÁfrica
REFERENCIAS